"La gente cree que soy una persona bastante extraña. Eso es incorrecto. Tengo el corazón de un niño pequeño. Está en un frasco de vidrio sobre mi escritorio" . Stephen King.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Stephen (V) y Fin

El mundo enteró quedó conmocionado cuando conoció la noticia, después de diez días perdido sin víveres en el Gran Desierto de Victoria, Stephen Banjac continuaba con vida.

Nadie, absolutamente nadie, confiaba en que pudiese lograrlo, a pesar incluso de su estupenda forma física y sin embargo, el propio Stephen convocaba una rueda de prensa para comunicar al mundo que había vuelto. Cuando apareció ante los medios de comunicación, la sorpresa todavía fue mayor. Aguardaban a un Stephen derrotado, con claros síntomas de desnutrición y sin embargo no era así, por supuesto que no estaba en su mejor momento, pero tampoco esperaban que tuviese ese aspecto, era un aspecto… ni mejor ni peor, sencillamente era… distinto. Lejos de estar quemado por la deshidratación y el sol, lucía una tez bronceada a la par que delicada. Su pelo rubio era ahora casi en su totalidad de color ceniza, Si no estuviese allí en pie hablando con ellos, posiblemente dijesen que aquel hombre no podía ser Stephen Banjac.

Explicó a los presentes que su globo se soltó y fue arrastrado por el viento durante uno de los descensos programados, lo cual provocó que lo buscasen muy lejos de en donde se hallaba en realidad. Contó cómo había sido socorrido por un grupo de aborígenes de la zona que lo atendieron y ayudaron dentro claro estaba, de sus limitaciones y su falta de medios para ponerse en contacto con el resto del mundo. Y poco más, Stephen se disculpó alegando que se encontraba cansado por todo lo sucedido, agradeció a todos su presencia, su comprensible preocupación durante su ausencia y amablemente sus empleados, invitaron a salir a los periodistas. Alguno intentó hacer alguna pregunta, pero Stephen ya había abandonada la sala habilitada para la conferencia.

Se dirigió con rapidez al ático de su mansión, allí, en la penumbra, Irina aguardaba su regreso. Ella deseaba estar con él y él, seguir sabiéndolo todo sobre ella, sobre su historia, sobre su raza, sobre como lograron evolucionar hasta poder vivir a plena luz del día. Ella le explicó que precisamente esa era la razón por la que tuvo que sacarlo de allí. Ellos no estaban dispuestos a que nadie conociese su secreto, en la actualidad, estaban infiltrados hasta sitios inimaginables en nuestra sociedad, vivían como personas respetadas, triunfadoras e incluso admiradas. Actores de cine, deportistas, abogados, jueces e influyentes políticos. Y no pondrían todo eso en peligro por ayudar a un mortal.

Ella intentó convencerlos de que ahora Stephen era uno de ellos, de que no hablaría. De que su conversión había sido necesaria, de que fue la única manera de salvarlo de una muerte segura, pero el resto del grupo lo veía como una amenaza, una amenaza que podían y querían eliminar como tantas otras antes.

Le contó que su pueblo llevaba dividido más de dos siglos, del cruel enfrentamiento que mantenían con un numeroso, pero aun así menor, grupo de proscritos. Estos habían abandonado al grupo principal por discrepancias irreconciliables son su líder, el sanguinario Victor Danag, su hermano de sangre, y a los cuales, a pesar de todo y ocultándolo a Victor y a los demás, ella seguía visitando, pues entre ellos se encontraba su otro hermano, Amilo. El día que salvo la vida de Stephen, ella regresaba de visitar a los proscritos, Victor lo sabía y por eso ahora, jamás podría regresar.

Ahora ambos vivían en la clandestinidad, con la certeza de estar vigilados en todo momento, esperando a que tuviesen el más mínimo descuido para que dar por finalizado lo que consideraban un problema. Pero Stephen también era un hombre de recursos, con amigos importantes y poderosos y además ahora, y gracias a Irina, contaba con un pequeño ejército fiel y ansioso de venganza.

Stephen abrió los ojos, la fratricida batalla que estaba a punto de comenzar se presumía, larga, dolorosa y sangrienta.

Título: Stephen V \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: Internet

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La imagen Divina

El sacerdote contempló una vez más la iglesia vacía, ahora comprendía su error. Cuando los feligreses le pidieron ayuda para combatir el mal que amenazaba el pueblo, él los animó a rezar, más las oraciones y las plegarias de nada sirvieron en esta ocasión.

Poco a poco los habitantes del pueblo fueron cayendo, primero los hombres, luego las mujeres y los niños, al final los ancianos, la vieja estrategia de cualquier invasión, eliminar primero las mayores amenazas.

Ahora él se hallaba solo, solo ante su Dios, solo ante su fe. Dio la espalda a las bancadas y se postró ante el altar, inclinó ligeramente su cabeza y una oración de súplica comenzó a salir de sus labios.

Escuchó como lentamente se abrían las puertas del templo, había llegado su hora, lo sabía. La temperatura bajo varios grados en el interior de la gran bóveda. Continuó rezando hasta que notó que una terrible presencia estaba a su espalda, pudo sentir el aliento gélido del maligno. Apoyó su mano en el inerte y frío mármol del altar, se incorporó y sin volverse preguntó:

- ¿Quién eres?
- Tu señor todopoderoso.
- Eso es mentira -contestó intentando transmitir una tranquilidad inexistente- ¿por qué ocultas tu identidad?
- Quién yo soy no debe preocuparte, más bien lo que he venido a hacer quizás.
- No temo a la muerte, soy anciano y ya nada puede perturbarme.
- Ahora mientes tu viejo, sé que me temes y sin embargo tu vida no me importa, otra cosa es lo que vengo a buscar, tu fe.
- Lo siento, pero esta batalla la has perdido antes de haberla comenzado, mi fe es más fuerte que tu puño y nada me puedes hacer temer.
- Vuélvete viejo y comprueba porque erras, tu fe he venido a buscar y sin duda en ti la he hallado.

El anciano sacerdote escucho aquellas últimas palabras como si en ellas, hubiese reconocido a un viejo amigo, lentamente se volvió y su cuerpo se estremeció con tanta fuerza, que incluso el frío y solido mármol pareció moverse tras él. Ante sus ojos, la imagen Divina, la mismísima imagen de Jesús de Nazaret, con su castaño pelo ondulado y una inmensa paz en su mirada. La presencia sonrió y susurró al anciano.
- Lo ves viejo, te has vuelto a equivocar, yo nunca miento y… nunca pierdo.

El sacerdote, con la dificultad ocasionada por sus emocionados y temblorosos labios respondió:
- Señor, por un momento… por un momento pensé que todo esto era real, que en este pueblo habitaba en verdad el mal. Ahora sé que todo ha sido una prueba de fe, que mi rebaño está a salvo y que sólo deseáis comprobar mi fe hacia vos.
- De nuevo te equivocas viejo –susurró la presencia- nadie está a salvo, tu tampoco, tu fe te será arrebatada.

Alzo su mano derecha y con fuerza la clavo en el pecho del anciano, arrancándole el todavía palpitante corazón mientras los ojos aun con vida del sacerdote, contemplaban la amable cara de Jesús. Quiso hablar pero ya era imposible, su mente bloqueada destelló una última vez y alcanzó a comprender lo que el señor quiso decirle cuando le anunció, que venía a arrebatarle su fe, pues esta, abandonó su cuerpo incluso mucho antes de que lo hiciese su corazón.

El sacerdote yacía desangrándose a los pies del altar, el mismo altar que había glorificado durante toda su vida y el cual en los últimos años, se había convertido en su única razón de ser.

La presencia caminaba entre las bancadas hacia la tenue claridad de la entrada, a cada paso que daba, su cuerpo y su faz se iban transformando en su verdadero ser. El rostro de Satanás sonreía mientras en su mano, sujetaba uno de sus trofeos predilectos, el corazón de un hombre bueno y la fe, de un sirviente de Dios.
Título: La imagen Divina \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: Internet

sábado, 31 de octubre de 2009

Halloween

Halloween era sin dudarlo su fiesta preferida, la combinación perfecta, lo dejaban estar de pie hasta tarde, podía comer montones y montones de golosinas y siempre se disfrazaba de lo que más le gustaba, el monstruo de Frankenstein. Además este año, su madre le había prometido que lo dejaría ir con sus amigos a llamar a las puertas de la urbanización, para Pedro de casi ocho años, la idea de salir pidiendo el truco o trato lo tenía alterado y nervioso desde que se había levantado.
Amelia salió de su oficina a las 19.05, su hora habitual, pero con lo que no contaba era con encontrase al llegar a su coche con una rueda pinchada, no tuvo más remedio que llamar al servicio de asistencia en carretera, a sabiendas de que en medio de la ciudad y a aquella hora, la espera sería interminable.
Jesús atendió la llamada justo cuando estaba a punto de entrar en una importante reunión de negocios, eran las 19.15. A pesar de que su mujer estaba atrapada en el centro, el no podía hacer nada para ayudarla, quince empresarios de varios países aguardaban para ver la nueva campaña de marketing que dirigía Jesús personalmente, imposible eludir la cita.
Después de hablar con su marido. Amelia llamó a casa, habló con María y le explicó lo que había sucedido, a pesar de la juventud de María y de ser la fiesta de Halloween, comprendió la situación y se comprometió a quedar con Pedro hasta que Amelia o Jesús llegasen a casa.
A las 20.00 sonó el timbre de la casa de los Cuesta, Pedro salió corriendo hacia la puerta mientras María le gritó que no abriese la puerta. La joven la abrió con cautela mientras Pedro daba saltitos a su lado, esperando que fuesen sus amiguitos con cestas cargadas de ricas golosinas. En el umbral de la puerta, un extraño payaso de tez blanca, nariz colorada y amplia sonrisa, balanceaba en su mano izquierda una pequeña cesta de mimbre, mientras la derecha, la mantenía oculta a su espalda, susurró algo que María no alcanzó a entender e inmediatamente dio un paso al frente.
A las 20.10, Jesús llamó a su mujer, la reunión había sido mucho más rápida y fructífera de lo que aguardaba. Amelia le pidió que fuese directo a casa, a pesar de que el servicio de asistencia no tardaría en llegar, ella se encontraba a 36 km. de casa y el podía llegar en sólo diez minutos.
A las 20.25 Jesús apagó el motor de su Ford Taurus en la entrada del garaje, bajó del vehículo y se dirigió a la puerta principal de su casa, varios jóvenes y niños alborotaban la tranquila urbanización privada. Tiraban petardos mientras gritaban y corrían de casa en casa. Caminaba distraído mirando a los pequeños y tropezó con algo, una pequeña cesta de mimbre con algunas golosinas en su interior, extrañado la recogió y la llevó hacía la puerta, un golpe de temor y calor repentino se apoderó de él al comprobar que la puerta estaba entreabierta y no había nadie cerca de ella, irreflexivamente, saco del interior de su chaqueta un pequeño revolver que había comprado hacía 3 años, justo antes de trasladarse a la urbanización y cuando todavía vivían en un barrio de los considerados peligrosos. Abrió la puerta del todo y entro en la casa con cautela, llamó por María, pero no obtuvo respuesta, estaba a punto de llamar a su hijo cuando lo vio tirado en el suelo del pasillo que daba al salón, era imposible, se dio cuenta de que algo muy malo tenía que haber sucedido para que su hijo dejase tirado allí su disfraz de Frankenstein.
Jesús comenzó a sudar, por su mente los pensamientos, malos pensamientos, se agolpaban provocándole una mezcla nunca antes vivida de preocupación y temor, ni el mismo se atrevía a reconocer que realmente era terror lo que recorría su cabeza y el que erizaba el vello de su espina dorsal.
Siguió caminando con mucha cautela y de repente, por el rabillo del ojo lo vio venir, el payaso salió corriendo hacia él desde el interior de la cocina, en su mano portaba un enorme cuchillo. Jesús, se giró y cerró los ojos a la vez que apretaba el gatillo dos veces; El payaso salió impulsado hacia atrás, un disparo en el pecho y otro en su ojo derecho acabaron con su vida en un segundo. Las manos de Jesús temblaban como las de un anciano afectado por párkinson, todavía no se había movido ni un centímetro cuando aparecieron corriendo María y Pedro, la joven grito al ver el cuerpo ensangrentado de su hermano. Jesús soltó el revólver y al bajar la vista, comprobó que había caído al lado del cuchillo que portaba el payaso, un enorme cuchillo de plástico.
Cuando Amelia llegó a casa, la calle estaba tomada por vecinos curiosos, coches de policía y un par de ambulancias. Entró corriendo en la casa y se dirigió a su hijo que sentado en un sofá, lloraba sin producir un solo sonido, lo abrazó y observo que el traje de Frankenstein que tenía puesto era nuevo, pensó que María, como le había prometido, había decidido regalarle uno nuevo de su talla.
Halloween era sin dudarlo su fiesta preferida. A las 20.00 h. Pedro enfundó su disfraz favorito, un perturbador disfraz de payaso de tez blanca, nariz colorada y amplia sonrisa, recogió el revólver de su mesilla y miró su imagen reflejada en el espejo, estaba a punto de cumplir los veintiún años. Se acercó a su otro yo inverso hasta casi tocar el cristal y dirigiéndose a su imagen susurró… Feliz Hallowen.
Título: Hallowen \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: Internet

miércoles, 28 de octubre de 2009

Stephen (IV)

Desconocía el tiempo que había transcurrido desde la última vez que estuvo despierto, desconocía donde se hallaba y apenas era capaz de recordar lo que había sucedido. Seis días atrás era un joven millonario, un afamado hombre de negocios, un gran amante de la aventura y según la prensa rosa, uno de los solteros de oro más deseados de Europa. Y ahora, se hallaba corriendo casi a ciegas por angostos pasadizos cavados en la tierra, en busca de un destino desconocido, agarrado a la mano de la joven que lo había despertado en mitad de la oscuridad, una joven de la que ni tan siquiera conocía bien su rostro y de la que incluso, sentía miedo.

Tras estar huyendo de múltiples voces, gritos y gruñidos salvajes durante un tiempo que no sabría calcular con exactitud, la carrera por fin se detenía, o eso creyó él.

Notó una cálida brisa en el rostro y para cuando se quiso dar cuenta, la joven saltó arrastrándolo a él como a un lastre. Caían al vacio como dos suicidas que aguardan el impacto definitivo contra el suelo firme.

De pronto la caída fue pasando de un estado vertical, a uno más horizontal de manera suave y tranquilizadora pero, imposible.

En el vuelo, ella miraba al frente y él, la miraba a ella. Intentó hablar, pero no pudo, no supo que decir. Ella bajó la vista y le susurró que estuviese tranquilo, que todo estaba bien, que pronto estaría de nuevo en casa.
Título: Stephen IV \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: Internet

sábado, 10 de octubre de 2009

Stephen (III)

Abrió los ojos, y tuvo la sensación de que millones de pequeños alfileres se clavaban en sus retinas. Poco a poco fue adaptándose a la nueva iluminación. Se hallaba en una especie de cueva, pero su tamaño era mayor a cualquier construcción que hubiese conocido jamás.

Desde una alta suerte de bóveda, entraba la luz del sol a través de decenas de agujeros circulares realizados con diferentes inclinaciones. Los haces de luz se proyectaban directos al suelo, como los cañones de iluminación de un grandioso teatro.

Él sin embargo se hallaba tendido en un lateral oscuro, tan oscuro que apenas podía ver sus propias manos delante de su cara. Pudo calcular que la cornisa en la que se encontraba estaba a 4 ó 5 metros del suelo en donde los cañones de luz natural, iluminaban a cientos de personas que caminaban con paso apurado y que desaparecían de su vista en cuanto abandonaban el nítido perímetro iluminado, unos segundos más tarde, aparecían de nuevo en el siguiente círculo de luz. Si no fuese por el dolor, si no fuese por el temor, la escena, incluso le podría resultar algo cómica.

En el borde de la cornisa en la cual se hallaba, pudo ver las siluetas de dos personas, un hombre y una mujer. A sus oídos llegaban palabras sueltas, pocas… pero indudablemente delataban una fuerte discusión, sobre todo las del varón. Tras unos segundos, el hombre avanzó unos pasos hacia el borde de la cornisa y desapareció en la oscuridad, ¿pero hacía donde?

La mujer se giró y avanzó hacia él. Stephen sintió miedo, intentó quedarse completamente inmóvil y cerró los ojos…

Ella se tumbó a su lado y lo abrazó, él se dejó hacer, se sentía débil y necesitaba calor humano. De nuevo una pequeña punzada, de nuevo un pequeño dolor, de nuevo un embriagante alivio. Cerró los ojos y se durmió…

Título: Stephen III \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: Internet

jueves, 8 de octubre de 2009

Stephen (II)

Una pequeña punzada, quizás un poco de dolor, pero el entumecimiento de todo su cuerpo y las terribles quemaduras ocasionadas por el sol apenas le permitían notar cualquier otra cosa. Y de repente, el alivio, la extraña sensación de que su piel recobraba de nuevo la elasticidad y la humedad que tanto anhelaba. Y de nuevo… abrió los ojos…

Una imagen difusa por una proximidad excesiva, un aliento gélido en un lugar extremadamente caluroso. Una gota, que se precipitaba desde el rostro sin contornos hacia la línea de sus labios; espesa, tibia, húmeda, pero sobre todo… sabrosa. Se dejó acariciar por una sensación de bienestar que creyó que no volvería a disfrutar jamás. Y cerró los ojos…

…Abrió los ojos. Ahora la sensación de bienestar había aumentado, pero también una angustiosa sensación de vacío, la misma que tuvo horas después de quedarse sin víveres, pero esta vez, la sensación no nacía en su estomago. Veía estrellas que se movían con rapidez, sintió vértigo y cerró los ojos…

…Abrió los ojos. Se sentía flotar, juraría que la sensación era muy similar a viajar en globo con la suave brisa de la tarde, seguía viendo estrellas en movimiento, seguía viendo un rostro difuso pero aparentemente hermoso. De pronto la sensación de caída, de descenso rápido en un profundo pozo, la oscuridad que lo envolvía, el vacío que lo devoraba por dentro, el vértigo ante lo desconocido. Cerró los ojos…

Título: Stephen II \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: Internet

martes, 6 de octubre de 2009

Stephen

En el fondo era graciosamente irónico, se había hecho multimillonario vendiendo al mundo entero la mejor agua mineral del planeta y ahora, su afán por la aventura y una avería en su globo aerostático, lo condenaban a morir de sed en medio de aquella inmensa soledad. Cerró los ojos...

...Abrió los ojos. Una muchacha se acercaba caminando ágilmente, indudablemente era un espejismo, porque la joven caminaba completamente descalza sobre la abrasadora arena del desierto. Cerró los ojos...

...Abrió los ojos. La joven lo miraba desde la altura, tapaba ligeramente la imagen de la luna llena que embellecía con su presencia aquel paisaje, aquella trampa mortal. Se arrodilló a su lado y Stephen, fue perdiendo la conciencia con la sensación casi real, de que la joven le levantaba ligeramente la cabeza. Cerró los ojos...

Título: Stephen \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: de (aquí)

domingo, 4 de octubre de 2009

La hija del predicador

Sólo un descuido ha sido suficiente. Tanto tiempo ocultando mi pasado, borrando mis huellas y en un segundo, mi vida gira de nuevo 180 grados y se desliza imparable por una pendiente directa al abismo.
Que tonto he sido. No puedo creerme que hubiese sido tan descuidado para dejarme pillar así, con los pantalones sobre la silla del deposito y copulando con la joven hija del predicador. ¿Y ahora qué?, ahora nada, sé perfectamente que nada puedo hacer sino huir de nuevo, intentar alejarme de este maldito pueblo sin dejar rastro y cambiar de nuevo de identidad, de forma de vida, de aspecto.
Pero en el fondo, en lo más profundo de mi negra alma, reconozco que me siento satisfecho. No porque la hija del predicador sea una joven muy atractiva, ni por su formidable y juvenil cuerpo, sino por ser precisamente quien era, la hija del predicador Franklin J. Thompson. El hombre que a través de los medios de comunicación, me señalaba constantemente con su dedeo acusador, a pesar de que ni él mismo sabía que cada vez que lo hacía, se refería a una persona de su entorno, a una persona de su plena confianza.
Si no fuese porque era su hija, simplemente sería una más para mí. Por supuesto que me la hubiese tirado igualmente, pero la belleza, el cuerpo, la simpatía, eran solo ornamentos, ornamentos a los que suelo dar muy poca importancia, total, que fuesen más o menos guapas o jóvenes nunca me importó en demasía, para mí un cadáver es sólo eso, un cadáver. Carne “fresca” para follar que me excita hasta perder el sentido.

Título: La hija del predicador \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: de (aquí)

viernes, 2 de octubre de 2009

Siete


Siete sentimientos narrados en siete frases.

Siete canciones que silencian siete llantos.

Siete amores convertidos en siete tentaciones.

Siete sueños rotos en siete segundos.

Siete poemas de amor subastados a cambio de siete besos.

Siete deseos transformados en siete pecados.

Siete gritos ahogados en siete Susurros.

Título: Siete \ Género: PS \ Autor: El Susurrador \ Imagen: de (aquí)

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La esfera

La levantó con sumo cuidado, lentamente la depositó encima de una vieja mesa, retiró el paño con el que la había recogido y en el que la había trasladado. La observó largo tiempo, atraído por el brillante y monótono color grisáceo del metal pulido.
Dio vueltas alrededor de la mesa buscando algún orificio, algún botón, alguna arista, pero no encontró nada, era una esfera perfecta. Ligeramente, acarició la limpia superficie con su dedo índice y una serie de pequeñas luces se fueron encendiendo poco a poco, primero por un lado y luego, iluminando la casi totalidad de la esfera.
Al mirar más de cerca, pudo ver una serie de letras que supo reconocer de inmediato, United States Army, y una fecha, 02.21.2116. La fecha, era de finales de la gran guerra, hacía muchos años que ya nadie encontraba restos de esa contienda, y muchos más, que nadie quería hablar de ella.
El joven siguió mirando con atención las luces de la esfera. Una serie de dígitos marcaban lo que parecía una cuenta atrás, 32, 31, 30, 29… de inmediato supo que era lo que había encontrado. Su corazón se desbocó, recordó las historias que su anciano abuelo le contaba en la cueva en la que vivían, durante las frías y largas tardes de invierno. Historias que hablaban de la Gran Guerra que había tenido lugar cuando él, su abuelo, no era más que un niño. Le habló de cómo una vez más, fanáticos religiosos habían enfrentado a hermanos contra hermanos, en una Gran Guerra Mundial nunca conocida hasta entonces. Le contaba historias sobre las “EC” o “Esferas de Ceniza”. Llamadas así por su color grisáceo y porque después de ellas, ceniza era lo único que quedaba en miles de kilómetros a la redonda.
Un cegador fogonazo le obligo a cubrir sus ojos, devolviéndolo a la realidad el tiempo justo para pensar, que había sido un grave error llevarla a casa. Al último lugar con vida, en el desolado planeta Tierra.

Título: La esfera \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: de (aquí)

lunes, 28 de septiembre de 2009

El pacto

Cuatro años, seis horas, dieciocho minutos. Ese era el tiempo exacto que llevaba esperando este momento, y no porque desease que llegase, sino más bien por todo lo contrario, su alma, sobre todo su alma, aguardaba que este momento no llegase jamás.
Casi sin darse cuenta, ya habían transcurrido cuatro años desde aquel accidental encuentro con el Señor oscuro, un encuentro en el que se vio obligado a utilizar todas sus dotes de ingenio para convencerlo, convencerlo de que podía serle mucho más útil en esta vida que en la otra.
Cuatro años en los que con exagerada regularidad, le había estado entregando inocentes almas a cambio de mantener la suya propia. Pero aun así, a pesar de haber cumplido fielmente su parte del pacto, la insaciable voracidad de aquel oscuro ser lo llevaba a querer cobrar lo que ahora reclamaba como suyo.
Esta vez, nada pudo hacer para convencerlo. El diablo abrió su boca y en medio de un nauseabundo olor a putrefacción, el alma del doctor fue devorada por la negrura de la muerte.
Al día siguiente, la clínica de abortos ilegales cerraba sus puertas por defunción.

Título: El pacto \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: de (aquí)

sábado, 26 de septiembre de 2009

Game Over

Ser el presidente, conllevaba una responsabilidad que muy pocos conocían, incluso algunos hombres que lo habían antecedido en el cargo, desconocían, la enorme responsabilidad que tenían entre sus manos. Débiles e ingenuos, pensó.
Pero él no era así, él sabía perfectamente cuál era su responsabilidad y lo más importante, sabía qué debía hacer llegado el momento. Presupuso que los que quedasen lo considerarían el mayor genocida de la historia, pero él sabía que lo que iba a hacer era necesario. La sociedad había dado la espalda a Dios, y otros, aprovechando esta debilidad de fe, imponían su doctrina por todo el mundo.
Al igual que a otros antes, el mensaje divino le llegó alto y claro, había llegado la hora, era necesario un nuevo reinicio.
Se sentó en la soledad de su despacho y lentamente abrió el maletín, giró la pequeña llave, introdujo un código alfanumérico y levantó el teléfono interno. Al otro lado de la línea, una nerviosa voz solicitaba una contraseña, tras dársela, el botón que curiosamente tenía forma de hongo se iluminó.
Rezó durante unos minutos, puso su firme mano sobre el botón, cerró los ojos y lo pulsó. ¡Game over!

Título: Game Over \ Género: Ficción \ Autor: El Susurrador \ Imagen: de (aquí)

jueves, 24 de septiembre de 2009

La Flor

Permanecía sentado al fondo de la sala, junto al gran ventanal que daba al patio. Miraba como las primeras hojas del otoño se arremolinaban en una esquina sombría. A ratos volvía sus ojos hacia la pantalla del televisor, siempre la misma rutina, siempre la misma telebasura. Veinte segundos de publicidad fueron suficientes para captar su atención, una preciosa niña, jugaba con su madre en un anuncio que ya no recordaba que anunciaba. Eso era lo de menos, lo demás, era que aquella niña, aquel angelical rostro, le recordó a su hija, y entonces se dio cuenta.
La pequeña de la tele no le permitía ver otra imagen, la imagen de su niña. Cerró los ojos, pero fue totalmente incapaz, su pequeño rostro ya no aparecía en su mente. Intentó encontrar la imagen rebuscando entre sus recuerdos, entre lo mejor y lo peor de su errónea vida, pero no la encontraba.
La angustia provocaba que cada vez respirase con mayor dificultad, el pulso se le aceleraba hasta ritmos peligrosamente anormales, pero eso, sólo ayudaba a que su mente trabajase en otra dirección, muy lejos de a donde él quería llevarla.
Pasaron las horas y su deseo, aumentaba proporcionalmente al mismo ritmo que lo hacía su miedo, un miedo atroz que le mordía insaciablemente en algo parecido a lo que podría ser su alma. Las lágrimas, llevaron a sus labios el salado sabor del dolor y del arrepentimiento.
Decidió que no quería seguir así, que el momento era ahora o que seguramente, jamás volvería a tener el valor suficiente. Por una vez en su vida haría lo correcto, costase lo que le costase.
Lentamente consiguió dormirse, lentamente consiguió soñar, soñar con su madre, que tantas lágrimas había derramado por él. Soñar con sus hermanos, victimas colaterales de sus múltiples errores. Soñar con su padre, que pudo estar equivocado en muchas ocasiones, pero que ahora, en este momento, lo perdonaba porque el también conocía la dificultad de ser padre. Con su novia, con la que estuvo a punto de conseguirlo. Y, con su hija. Por fin, ahí estaba, caminaba hacia él con una preciosa sonrisa, con sus enormes ojos llenos de vida. En su pequeña mano llevaba una flor de papel, se acercó, lo besó en la mejilla y le dio la flor. Él la cogió de la mano, y entre risas, se alejaron caminando.
Por la mañana, lo encontraron muerto en su celda, con una sonrisa en los labios, en sus manos, un bote vacio de tranquilizantes y una flor de papel.
(A, J.M.M.B y a tantos anteriores)

Título: La Flor \ Género: Ficción (basado en hechos reales) \ Autor: El Susurrador \ Imagen: de (aquí)